20/7/12

Revolución


El día que estalló la revolución fue tranquilo.

- ¿Quiénes somos? -preguntó la mujer.
- Somos nosotros mismos -respondió el hombre.

En Cantamorts descendió una comitiva encabezada por un hombre de blanco. Llegaron en el tren de las 9. Se sirvieron tapas frías y tomaron unas cañas quizás pagadas por el Comité Revolucionario de los Enojados. Después empezó una larga mañana de discursos.

- Me refiero a ¿quién organiza esto? -insistió la mujer y doblaron en la esquina. No había rasgos de gases, ni de otros manifestantes.
- El Comité Revolucionario de los Enojados -aclaró el hombre y miró hasta el final de la avenida, a ver si venía alguien más.

“Hemos llegado hasta aquí con una misión” dijo el hombre de blanco que hablaba con voz grave. “Cantamorts es el punto de partida para una nueva era. La era del Hombre Enojado. El hombre que dice que no. El hombre que decide otra cosa...”.
Los parroquianos del Tío Pepe miraban con expresión bovina. Además del hombre de blanco, la comitiva se componía de la mujer de negro y de un pequeño señor regordete y calvo con traje y corbata. Éste repartía, a medida que avanzaba el discurso, unas hojas con instrucciones.
“Iremos todos a la capital” continuó el hombre de blanco. “Hemos dispuesto pasajes para todos los habitantes de este pueblo en el tren de las 12. Los que no quieran venir en el tren, pueden venir caminando. Nos concentramos en la Estación Central y desde allí calculamos llegar el próximo jueves a la capital. La Gran Manifestación del viernes nos debe encontrar unidos, cada uno en su puesto, dispuesto a luchar hasta el final”.
La mujer de negro enarboló una carta abierta, copiada en el dorso de las instrucciones, que el comité de Cantamorts, a través de sus representantes -según se indicaba-, debía ser leída en el Congreso. La leyó con voz pausada: “Nosotros, en nombre del pueblo de Cantamorts hacemos saber a nuestros representantes que exigimos un cambio a partir de este momento. Un cambio que significa una ruptura: ¡No queremos que nos representen más!. Elegiremos nuevos representantes en una asamblea popular. Consideramos abolido nuestro contrato de representatividad. Por respeto a nuestro pueblo, os solicitamos dar un paso al costado”.
El pequeño hombre rechoncho tomó la palabra, con un tono ameno y didáctico explicó: “En este pueblo de Cantamorts se reúne la gente que lo ha perdido todo. Desde que Aníbal, en la antigüedad, instaló aquí un campamento de soldados, este ha sido un lugar de encuentro y de paso obligado. Aquí se reúnen los transhumantes, los exiliados, las almas perdidas, la gente que busca un destino esquivo y ambiguo”.
El hombre de blanco continuó leyendo el manifiesto: “El pueblo de Cantamorts está a favor de un nuevo sistema de representación política, más genuino, más directo, más espontáneo y dinámico que el actual”.
Entonces el hombre regordete continuó la explicación, en un tono didáctico: “Amigos de Cantamorts, este pueblo merece controlar su destino. Un destino único, un destino de enojo, pero también un destino de esperanza”.
“A partir de hoy -acotó la mujer de negro- tomamos el primer paso de un largo camino. Cada habitante de este pueblo contará con una huerta a su cargo. El Comité proveerá cuatro semillas para cultivo propio, se dictará un curso de instrucción a quienes quieran aprender a cultivar la tierra. Se proveerá un ordenador portátil a cada habitante para conectar vía internet todas las acciones que se están gestando a nivel mundial de manera coordinada”.
Los parroquianos del Tío Pepe contemplaron en silencio como se sucedían los discursos de los tres miembros del Comité. Entre cañas, discursos y tapas frías, se hicieron las 11.45 hs, faltaban solo 15 minutos para el tren de las 12.

- ¿Ésta es la plaza de la manifestación? -preguntó la mujer extrañada.
- Creo que sí -dijo el hombre, que había perdido toda certeza.
- No hay nadie -afirmó la mujer.
- Tal vez no era hoy -dijo el hombre que dudaba hasta de su propia sombra.

La mujer miró el papel impreso: “Sí que era hoy” dijo.
“Creo que aún no es el momento” concluyó el hombre y miró hacia atrás.
El hombre de blanco, la mujer de negro y el pequeño hombre de traje abordaron el tren a las 12 en punto. Nadie los acompañaba.
Rouco y Anatola aparecieron a las 12.30 en el Tío Pepe.

- ¿Nos perdimos algo? -preguntó Anatola cuando vio expresiones más extrañadas que lo habitual.
- No entendí casi nada -respondió Pepe, el barman-. De cualquier manera ya se han largado y no creo que vuelvan.

Rouco sonrió pensando en lo que podía deparar la tarde: Tal vez algún polvo de Anatola con algún cliente retrasado, que pudiera componer el día.
    
Ariel Halac - Albanyà, 20-07-2012
   

1 comentario:

  1. MUY BUENO !!! Releyendolo tranquilo me ha gustado mucho más, es épico, transhumante y de leyenda abrazo Genio!!! Edu Sívori Alt

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